Señores transeúntes, yo creo que esta vez sí va en serio. La “cigüeña” que nos visitó el día tres, festividad de San Blas, tenía forma de pequeña parabólica con las patas muy largas. Estaba claro que no era una “cigüeña”. Era la antena del topógrafo que acababa de posarse a la vera de la carretera para medir distancias y sacar las cotas de nivel por encargo de la empresa HORMIGONES SIERRA de Osorno, nueva adjudicataria de las obras.
Este mismo día, el de la hora señalada, leíamos en la sección Tribuna libre de El Diario Montañés una queja/reflexión sobre los Tramos Palentinos: …iba gozando de lo lindo por la carretera del Valle cuando de pronto me encuentro con estrecheces y socavones propios de carreteras ásperas y salpicadas de honda viruela…
El topógrafo se interesó por la empresa que había realizado la transformación de la parte de Cantabria ya que no dejó de llamarle la atención la meticulosidad con que se han desarrollado los trabajos. La observación de tanto detalle a su paso por los diferentes pueblos dejó a su mente sin reposo.
ARRUTI tiene muy buenos profesionales a todos los niveles, le contestamos. Ahora sólo falta que HORMIGONES SIERRA no desentone. Seguir otra línea de inferior calidad dentro del mismo vial sería como plasmar un gran pegote en una buena obra de arte.
viernes, 5 de febrero de 2010
miércoles, 3 de febrero de 2010
Para que después digamos
Publicado en El Diario Montañés 03/02/2010
Autor: Elías Martín, párroco de La Albericia
En el pasado año, por estas fechas, me hallaba caminando por los pueblos palentinos que están pinzados en el tendal cántabro de Valderredible, el valle del río Ebro, que ésta es la traducción de ese vocablo latino (Vallis=valle, ribi=río Iben=Ebro). De ésta y de otras andaduras más surgió mi última publicación titulada “Andandico, andandico, se encuentran cosas…” de cuya presentación se hizo eco El Diario. Detalle que agradezco.
A lo que iba. Caminaba desde Quintanilla de las Torres por carretera áspera y salpicada de honda viruela cuando, al kilómetro escaso, aquélla se hizo tersa y con finura de cutis de recién nacido. Con todos los aditamentos propios de hoy: mojones de planta robusta señalizando distancias, postes para el metraje de la nieve, cunetas bien trabajadas y convenientemente colocadas en los lugares donde el agua tiene propensión a remansarse y vallas protectoras en los sitios de peligro. En fin, una monada de carretera. Yo iba gozado de lo lindo cuando, al poco, este mi júbilo acabó. Y de nuevo el socavón y la estrechez. Así por tres veces. ¿Qué sucedía? Que los tramos de carretera que pertenecían a Cantabria –los más—estaban que podía comerse en ellos, mientras que los que atravesaban pueblos palentinos con nombres como Cezura, Lastrilla o Báscones de Ebro, estaban con agujeros y desconches tales, que eran peligro para ruedas y vida. Me decía un amigo:”¡cuidado! que entramos en territorio comanche”.
Sé que de este entuerto no han sido culpables las autoridades cántabras. Una y otra vez trataron de hacer las cosas con cabeza, tratando de implicar a los responsables de la otra autonomía. Bien que me recordaron este buen proceder cántabro los paisanos de estos pueblos palentinos ninguneados. Fue la otra parte la que no estuvo por la labor. ¿Por la falta de dineros? ¿No era la hora fijada? En cualquiera de estos supuestos, o de otros que hubiera, uno no comprende que haya motivos válidos para este escamoteo. Porque se trata de tres espacios que juntos no llegan a tres kilómetros. Porque es una obra donde todos salen perjudicados. Porque económicamente, una vez que están las máquinas en el puesto de trabajo, ¿a qué viene que se tengan que traer otras unos meses después? ¿Qué es eso de que unos obreros tengan que saltar unos cientos de metros por encima de unos pueblos para seguir trabajando en el siguiente?
Nos enrabietamos al comprobar que las naciones no se entienden y están ¡dale que dale! en una desavenencia constante, cuando no, en una pugna esterilizada de propósitos comunes. Y nos llevan los diablos y gritamos y denostamos a los rectores de las mismas. Y no caemos en la cuenta que estamos repitiendo, en nuestro patio de vecindad, esos mismos comportamientos que queremos barrer en los otros. Y sí, la maldad de aquéllos nos roza, por eso de pertenecer a una misma tierra, pero menos, porque son como trueno lejano que sabemos que no va a descargar granizo sobre nuestro tejado. Pero éstos –a las desavenencias en nuestro propio coral, me refiero-- sí que dejan heridas hondas. Y con ellas dolor y desafecto.
Abogo por un tribunal superior, el del sentido común, regido por paisanos de pueblo, sanos de corazón y de manos curtidas, que dictaminen y den sentencia, sin recurso posible de las partes, sobre situaciones parecidas a las que comento. Estoy seguro de que se cometerían menos disparates o, cuando menos, no tan evidentes y fáciles de solucionar como el que he traído a esta página.
Autor: Elías Martín, párroco de La Albericia
En el pasado año, por estas fechas, me hallaba caminando por los pueblos palentinos que están pinzados en el tendal cántabro de Valderredible, el valle del río Ebro, que ésta es la traducción de ese vocablo latino (Vallis=valle, ribi=río Iben=Ebro). De ésta y de otras andaduras más surgió mi última publicación titulada “Andandico, andandico, se encuentran cosas…” de cuya presentación se hizo eco El Diario. Detalle que agradezco.
A lo que iba. Caminaba desde Quintanilla de las Torres por carretera áspera y salpicada de honda viruela cuando, al kilómetro escaso, aquélla se hizo tersa y con finura de cutis de recién nacido. Con todos los aditamentos propios de hoy: mojones de planta robusta señalizando distancias, postes para el metraje de la nieve, cunetas bien trabajadas y convenientemente colocadas en los lugares donde el agua tiene propensión a remansarse y vallas protectoras en los sitios de peligro. En fin, una monada de carretera. Yo iba gozado de lo lindo cuando, al poco, este mi júbilo acabó. Y de nuevo el socavón y la estrechez. Así por tres veces. ¿Qué sucedía? Que los tramos de carretera que pertenecían a Cantabria –los más—estaban que podía comerse en ellos, mientras que los que atravesaban pueblos palentinos con nombres como Cezura, Lastrilla o Báscones de Ebro, estaban con agujeros y desconches tales, que eran peligro para ruedas y vida. Me decía un amigo:”¡cuidado! que entramos en territorio comanche”.
Sé que de este entuerto no han sido culpables las autoridades cántabras. Una y otra vez trataron de hacer las cosas con cabeza, tratando de implicar a los responsables de la otra autonomía. Bien que me recordaron este buen proceder cántabro los paisanos de estos pueblos palentinos ninguneados. Fue la otra parte la que no estuvo por la labor. ¿Por la falta de dineros? ¿No era la hora fijada? En cualquiera de estos supuestos, o de otros que hubiera, uno no comprende que haya motivos válidos para este escamoteo. Porque se trata de tres espacios que juntos no llegan a tres kilómetros. Porque es una obra donde todos salen perjudicados. Porque económicamente, una vez que están las máquinas en el puesto de trabajo, ¿a qué viene que se tengan que traer otras unos meses después? ¿Qué es eso de que unos obreros tengan que saltar unos cientos de metros por encima de unos pueblos para seguir trabajando en el siguiente?
Nos enrabietamos al comprobar que las naciones no se entienden y están ¡dale que dale! en una desavenencia constante, cuando no, en una pugna esterilizada de propósitos comunes. Y nos llevan los diablos y gritamos y denostamos a los rectores de las mismas. Y no caemos en la cuenta que estamos repitiendo, en nuestro patio de vecindad, esos mismos comportamientos que queremos barrer en los otros. Y sí, la maldad de aquéllos nos roza, por eso de pertenecer a una misma tierra, pero menos, porque son como trueno lejano que sabemos que no va a descargar granizo sobre nuestro tejado. Pero éstos –a las desavenencias en nuestro propio coral, me refiero-- sí que dejan heridas hondas. Y con ellas dolor y desafecto.
Abogo por un tribunal superior, el del sentido común, regido por paisanos de pueblo, sanos de corazón y de manos curtidas, que dictaminen y den sentencia, sin recurso posible de las partes, sobre situaciones parecidas a las que comento. Estoy seguro de que se cometerían menos disparates o, cuando menos, no tan evidentes y fáciles de solucionar como el que he traído a esta página.
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